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jueves, 8 de noviembre de 2007

La Amiga de Ojito


Este cuento obtuvo una Mención en el Concurso de Literatura Infantil y Juvenil organizado por la Editorial Amauta, con el apoyo de OCA Card y el Ministerio de Educación y Cultura.
Fue publicado en la antología de autores "Calidoscopio" (Editorial Amauta -1992) y en el "El Pájaro de los Hermosos Colores" (Rumbo Editorial - 2007).


La Amiga de Ojito (1992)

En una granja, en una casa rodeada de árboles, vivía un perro llamado Ojito.
Ojito era un cuzco todo de color blanco, petizo, de patas cortas, y con el rabo cortado bien cortito.
Tenía una particularidad que lo distinguía: su oreja izquierda y su ojo derecho, eran negros, contrastando con el blanco de su cuerpo, como si tuviera un antifaz... y justamente, de estas manchas, le había venido el nombre de Ojito.
Los dueños de la casa eran dos viejitos que vivían allí desde hacía muchos años, y que luego de criar a sus hijos, habían quedado viviendo solos.

Ese verano justamente, uno de sus hijos, iba a venir a visitarlos, y traería con él a su niña, la nietita de ellos
La niña se llamaba Mariana, y era una pequeña muy agradable. Era muy compañera de su padre y disfrutaba acompañándolo a todos lados, así que cuando él le dijo que irían a visitar a los abuelos se alegró mucho y le dio un gran abrazo y un enorme y ruidoso beso.
La casa de los abuelos quedaba bastante lejos así que deberían hacer el viaje en auto.
Fue un viaje rápido y placentero, y Mariana que era muy charlatana conversó todo el tiempo. El papá sonriendo la miraba con orgullo a cada rato.
Al llegar, tocaron bocina y los abuelos salieron corriendo a recibirlos. Los dos se alegraron mucho de verlos.
Después de muchos saludos y besos, recuperando el tiempo que habían pasado sin verse, salieron a dar una vueltita por el campo, el abuelo, el papá de Mariana y Mariana, tomada de la mano de su papá.
Recorrieron los montes de manzana y siguieron por el camino que bordeaba la cañada.
Llegaron hasta una lagunita que tenía un hermoso sauce llorón, y desde allí emprendieron el regreso.
Mariana era la primera vez que venía a la casa de los abuelos así que todo le llamaba la atención.
Iba muy contenta mirando todos los animales hasta que pronto un perro la asustó.
Ella no estaba acostumbrada a tratar con animales, y este perrito tan ruidoso, no le causó ninguna gracia.



El perrito ladrador, era Ojito, un perro que se tomaba muy a pecho su trabajo, y que al ver extraños, comenzó a ladrar...como lo hacía siempre.
Ojito, hacía varios años ya que tenía este puesto en la granja, y los abuelos estaban muy conformes con su trabajo, pues nadie cuidaba la casa tan bien como él.
Tan en serio se tomaba su trabajo, que de tanto vigilar y ladrar a los extraños, había quedado con una terrible cara de malo.
De todos modos, hasta ahora eso nunca lo había preocupado; sino más bien al contrario, se sentía muy orgulloso de su aspecto y de la forma en que asustaba a todo el mundo.
Pero esta vez cuando le ladró a Mariana y vio su reacción, no se sintió bien, no sintió el orgullo de otras veces. Sintió que esa niña tenía algo especial y le dio lástima haberla asustado.
En toda esa noche, Ojito no durmió bien. Pasó soñando. Soñó que corría por un parque lleno de niños que jugaban cada uno con su perrito.
Veía en el sueño como los niños disfrutaban la compañía de sus perros, y veía que los perritos también disfrutaban de la compañía de los niños.
Entonces soñó que se acercaba a un niño que estaba solo, y buscaba a un perrito que necesitara dueño... Muy confiado se acercó para ofrecerse, pero cuando el niño le vio la cara de malo que tenía, salió corriendo y lo dejó de lado, eligiendo en cambio a otro perrito muy simpático y juguetón que andaba por allí.
A la mañana, muy temprano, antes del amanecer, Ojito se levantó y preocupado, fue a contarle su problema a "Bataraza", una gallina de su confianza, que como él hacía muchos años que vivía en la granja... y además era un ave muy conocedora.



Una vez que Ojito le explicó el problema, Bataraza se sonrió, hizo una pausa y le dijo: -Mirá Ojito, yo siempre fui tu amiga y siempre te admiré por como cumplías con tu trabajo... pero también siempre pensé que deberías de ser un perro muy triste, porque de tan serio que querías ser, te estabas quedando sin amigos... Sin embargo yo sé de alguien que te puede ayudar.
Entonces, Bataraza le envió a Ojito a que fuera a verla a Misia Chela, la curandera.
Misia Chela era una señora muy vieja, que hablaba sin parar todo el tiempo y se sonreía por todo. Era muy conocida en la zona, porque sabía curar el empacho, el mal de ojo, la culebrilla y un montón de enfermedades más. Pero además, y eso pocas las personas lo sabían, sabía hablar el idioma de los animales.
Tenía la casa siempre llena de bichitos de toda especie, que justamente, venían a verla por las mismas enfermedades que tienen las personas, pues los animales también se enferman.
Ojito deseoso de agradarle a Mariana, se fue muy rapidito a verla Misia Chela, y ésta enseguida lo atendió.
Después de un rato de conversación sobre cosas sin importancia, llegaron a lo que le interesaba al perro, es decir encontrar la solución a su problema.
Misia Chela lo escuchó con mucha atención y luego se quedó un rato pensando. De pronto, se fue para la cocina y empezó a revolver cosas. Ojito la sentía que hablaba sola... hasta que volvió con una caja y le dijo: -Ya tengo la solución para vos... vos lo que precisás es un cambio de cara... o más que de cara, de expresión... y eso es muy fácil de lograr. Prestá atención a lo que voy a hacer...
Misia Chela sacando cosas de su caja con implementos de curandería empezó a decir:

Con unas hojas de ceibo y llantén
corto finito un buen salamín
y hecho aceite en este sartén
Unas gotitas de agrio limóm
van al terrero de mi jardín
y preparo el menjunje en este tazón
Para probarlo, cuento hasta tres...

Ojito miraba atento sin atreverse a hacer nada...
Una vez que terminó de hacer el preparado Misia, Chela le ordenó a Ojito que se lo bebiera y le dijo que esperara unos minutos para que surtiera efecto.
Mientras el perro bebía, Misia Chela terminaba su ritual diciendo bajito:

Lo juro por este hechizo
Si este perro petizo
no queda con cara de risa
me rompo en tres la camisa!

Ojito terminó de beber y no sintió nada especial, más ¡Oh sorpresa!, cuando se vio en el espejo que le acercó Misia Chela, una hermosa sonrisa le embellecía el hocico.
No podía creer que tanta dicha fuera cierta, y salió muy feliz del rancho, con su nueva cara.
Muy orondo, se fue al trotecito de vuelta a su casa, y todos los que lo conocían desde hacía tiempo, se asombraron al ver su nueva expresión.
El que más se asombró, fue el gato "Rascoso", que no era nada amigo de los perros, pues cuando se cruzaron ese día, por primera vez en muchos años, en vez de de ladrarle, Ojito con su mejor sonrisa, le dijo: -Buen día Rascoso...
Pero la preocupación de Ojito no era la de caerle bien a los gatos, sino la de caerle simpático a Mariana. Así que empezó a buscar la forma de poder hacerlo.
Esa tarde, la niña salió a jugar al patio con sus muñecas y de reojo lo miraba a Ojito, no fuera cosa que se le acercara.
Estaba paseando sus muñecas en el cochecito y de a poco, sin quererlo, se fue acercando a su cucha.



De repente, se encontró cara a cara con Ojito, y se asustó, pero vio que el perrito no le ladraba, así que se animó a acercarse un poco más.
Enseguida notó algo distinto: Ojito ya no solo no le ladraba como la otra vez sino que por el contrario se lo veía muy amable.
A Mariana, le pareció que Ojito en realidad no era tan malo, más bien le pareció simpático meneando su rabo cortado, y además esa expresión de su rostro... era tan agradable.
De a poquito entonces, Mariana y Ojito comenzaron a hacer amistad, primero Ojito empezó a hacer como que salía corriendo y volvía, invitando a la niña a jugar una carrera, hasta que ella lo comprendió y corrieron los dos unos metros.
Que feliz se sintió Ojito! Hasta ese día nunca había conocido un placer semejante, tan sencillo y tan grande a la vez, por fin podía jugar con los niños.
Esa tarde pasó volando para ambos, y cuando ya oscurecía Mariana tuvo que irse porque su papá la llamaba. Así que se despidió de su nuevo amigo, no sin antes prometerle que al otro día, muy tempranito volvería para jugar con él
El papá de Mariana quedó muy contento cuando la niña le contó como había hecho amistad con el perro, porque a él le encantaba verla feliz.
Esa noche Mariana se durmió temprano, cansada de tanto jugar, y Ojito se durmió feliz, contento de que tenía una amiguita.
Cuando amanecía Mariana se despertó con unos ladridos. Era Ojito que la llamaba a jugar. Enseguida se sentó en la cama, y con los ojos chiquitos del sueño se levantó. Medio dormida aún, salió hacía la cocina.
En la cocina, estaban su papá y el abuelo tomando mate junto al fuego, y los dos se sorprendieron cuando la vieron despierta tan temprano, pero la niña aclaró antes de que le preguntaran nada: -me levanté temprano para jugar con Ojito... y enseguida salió corriendo hacia afuera sin acordarse siquiera de que ni había tomado la leche.
Ese día jugaron y jugaron, corrieron por todo el patio y hasta se fueron corriendo hasta la lagunita donde estaba el sauce llorón, después, ya cerca del mediodía, volvieron hacia la casa, justo cuando el papá la salía a buscar para que viniera a comer.
Mientras comían, Mariana contó a su padre, y abuelos por donde habían andado y como habían jugado con Ojito. Todos la escuchaban encantados de verla tan feliz.
En ese entorno, se fueron pasando los días y pasó casi un mes.
Todo ese tiempo fue el paraíso para Ojito, pues Mariana se lo pasó jugando con él.
Ojito era un perro muy simpático, siempre lo había sido, aún antes de su cambio de cara, y Mariana disfrutó mucho estos días junto a él.
Un día después de almorzar, cuando ya se levantaban de la mesa, el papá llamó a su niña y le explicó que esa tarde iba a ir a hablar con un señor por un asunto de trabajo. Por lo tanto ella iba a quedar sola con los abuelos.
El señor con el cual el papá debía hablar vivía en una estancia un poco alejada de allí, así que iba a demorar un par de días en ir y volver, por lo que le recomendó que se portara bien y no hiciera ninguna pillería.
La abuela, no se hizo ningún problema por cuidarla, pues estaba encantada por como se portaba, además no tenía de qué preocuparse, porque Ojito se encargaba de todo.
Ojito le había enseñado a la niña un lugar donde jugar a la hora de la siesta, cuando el calor arreciaba, donde había una fresca sombra. Pero su papá nunca la dejaba jugar a esa hora, insistiendo en que hacía mucho calor, y era mejor acostarse un rato a descansar.
A pesar de eso, en estos dos días, la abuela como buena abuela malenseñadora, aprovechó para darle mañas a su nieta, y la dejó que se quedara toda la hora de la siesta jugando, a pesar de lo que su hijo le había encargado.
La abuela a cada poco rato salía a mirarla, y se volvía sin decir nada, pues la encontraba tan entretenida en sus juegos que no quería molestarla.
En este lugar, había un gran montón de arena, rodeado de piedras, y allí Mariana empezó a construir un castillo con unas tablas de cajones.



En este castillo -dijo- una vez que estuviera terminado, viviría una princesa.
Mariana, a medida que iba construyendo su castillo, le contaba a Ojito qué era cada cosa. Hizo una torre y le explicó que ahí viviría la princesa. Luego hizo una muralla, y le explicó que era para proteger el castillo de los dragones de los cuentos que siempre quieren atacar a las princesas.
Alrededor de la muralla, hizo un foso, y le dijo que cuando lloviera, se llenaría de agua, y así ningún dragón podría pasar, porque si lo hacía se mojaría la panza, y entonces se le apagaría el fuego.
También le explicó que para cuando pasara mucho tiempo sin llover, y el foso se secara, sería importante tener un perro guardián, que se encargara de ladrarle a los dragones, y que con sus ladridos alertara a los guardias de la princesa... - Ese perrito, podías ser tú... ¿No te parece Ojito?.
Ojito quedó muy contento con la propuesta de Mariana, y con un ladrido le confirmó que estaba de acuerdo.
Al atardecer del segundo día de ausencia, el papá de Mariana retornó de su viaje. Para este momento, ella ya había terminado su castillo.
Muy contenta, Mariana corrió a besar a su papá. En un segundo, le hizo toda la historia de lo que había hecho. Le contó del castillo, de la princesa y de Ojito...
El papá la escuchaba con atención, pero algo lo inquietaba.
Era que veía tan contenta a su niña que no sabía como decirle que había llegado el momento de partir.
Pero finalmente, no tuvo más remedio que decírselo: al otro día, de tardecita, partirían de vuelta para casa... y de ahí con destino a otro país, muy lejos, donde el papá tendría un nuevo trabajo.
Mariana al principio se entusiasmó con la idea, porque su papá se la presentó como una aventura, pero de pronto se dio cuenta de que tal vez no pudiera volver más a la casa de la abuela... ni tampoco verlo a Ojito... entonces quedó triste.
Al otro día, se levantó y se fue derecho a la cucha del perro.
Ojito ya había percibido el movimiento y notaba algo extraño.



Mariana le contó que se irían, y que tal vez ya no volvieran a verse.
Ambos, sin decir nada caminaron hasta el rincón de sus juegos, donde el castillo de la princesa aún se mantenía en pie y lo contemplaron con lástima.
- Es un hermoso castillo -Dijo Mariana- Sería una lástima que los dragones de los cuentos lo rompieran...
Ojito entonces, ladró con fuerza, como diciendo "No te preocupes Mariana, mientras que yo esté acá, ningún dragón tocará tu castillo".
Mariana lo miró y le sonrió con confianza, - Si ya sé Ojito, no me debo preocupar, sé que tú te vas a encargar de cuidar el castillo, después de todo, por algo fuiste nombrado Guardián de la Princesa...
La tarde pasó rápido, los preparativos para el viaje mantuvieron ocupados a todos los de la casa, hasta que llegó la hora de partir.
Las despedidas, siempre son feas, porque son tristes, por eso es mejor hacerlas rápido, para que duelan menos, así que el papá apuraba las cosas para terminar cuanto antes. Con el auto cargado y el motor en marcha ya, llamó a su niña. Ya estaba todo dispuesto para la partida.
Los abuelos estaban tristes y nadie hablaba. Mariana, subió al auto y cerró la puerta. El papá enseguida arrancó, y tomó por el camino rumbo a la carretera.
La abuela derramó una lágrima, y el abuelo le pasó un brazo por los hombros, llevándola de vuelta para la cocina.
Un ladrido de Ojito hizo asomar a la niña por la ventanilla.
Ella sacó la mano y saludó por última vez... antes de que el auto tomara la carretera para alejarse del todo.
El ruido se fue apagando hasta perderse... Todo quedó quieto.
Ojito, se fue para su cucha, y se echó. Desde allí podía custodiar el castillo donde vivía la princesa ...

-o-


Muchos años pasaron y un día una señorita muy coqueta llegó a visitar a sus abuelos.
Los abuelos, ya muy viejitos, pasaban el día en la cocina, recordando "sus tiempos".
En las paredes de la cocina colgaban un montón de cuadros y adornos que eran como una historia de su vida... En el centro de todos se destacaba un cuadro con una foto amarillenta.
Era la foto de un perrito blanco con cara de risa, sentado en la puerta de su cucha, vigilando muy atento un castillito de tablas...
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Waldemar Fontes
1992
mail: wfontes@montevideo.com.uy




El cuento "La amiga de Ojito" fue publicado en el libro "El Pájaro de los Hermosos Colores" (Rumbo Editorial, Montevideo, 2006) y puede ser descargado en PDF desde aquí