Como homenaje a ese pueblo tan sufrido, que vive en un lugar tan hermoso pero tan castigado... les dejo este cuento que escribí cuando regresé de allí...
Muhabura Felicien.
MUHABURA Felicien era un niño que vivía en Rwanda, en un pueblito llamado Ruhengeri, al pie de los volcanes que separan Rwanda de Uganda y Zaire.
Rwanda, Uganda y Zaire son países del centro de África,
habitados por gente de piel negra.
Rwanda en particular, es un país muy bonito, muy pequeño
pero muy bonito, lleno de montañas redondas, una al lado de la otra; por estas
montañas, le dicen a esta tierra el país de las mil colinas, y no creo que
nadie las haya contado a todas, pues, sería algo muy aburrido, pero por la
cantidad que son, yo creo que hay muchas más de mil.
MUHABURA Felicien, el niño de que hablábamos, tenía unos 8
años y vivía en una humilde casita al costado del mercado de Ruhengeri. Allí
vivía junto a sus padres y a sus 8 hermanos.
En Rwanda era normal que todas las
familias tuvieran muchos hijos, y por eso había mucha, mucha gente, casi tanta
gente como montañas.
MUHABURA Felicien iba a la escuela y después jugaba todo el
día, pero también cuidaba a sus hermanos más pequeños mientras su madre
trabajaba la tierra en la ladera de la montaña y su padre iba y venía del
mercado.
MUHABURA Felicien vivía muy feliz allí, pero un día sin que
él supiera por qué, empezó una guerra y la gente muy asustada comenzó a
aprontar sus cosas y a irse del pueblito.
MUHABURA Felicien no entendía nada, su padre daba órdenes a los hijos. Quería que aprontaran todo lo que pudieran cargar y los apuraba para que lo hicieran rápido.
En menos de una hora tuvieron prontos los bultos, pusieron algunas ropas y algo de comida en unas bolsas de arpillera, cargaron unas ollas, dos gallinas colgadas de las patas y las cuatro cabras que tenían.
Se pusieron los bultos sobre la cabeza y empezaron a caminar. En la carretera se encontraron con otra gente que hacía el mismo viaje que ellos y con más gente que se fue agregando, después y entre todos formaron una larga columna.
Se pusieron los bultos sobre la cabeza y empezaron a caminar. En la carretera se encontraron con otra gente que hacía el mismo viaje que ellos y con más gente que se fue agregando, después y entre todos formaron una larga columna.
La madre de MUHABURA Felicien llevaba colgado a la espalda a su hermanito de un año y medio y la hermana de 10 años, cargaba en su espalda al hermanito más pequeño de unos pocos meses.
Caminaron y caminaron. Durante 3 días marcharon, parando de
noche al costado del camino. Durante toda la marcha, sintieron a lo lejos el ruido de las bombas.
Toda la gente tenía miedo, pero tenían que seguir
caminando hasta llegar a un lugar seguro.
Por fin llegaron a un lugar en donde un grupo de soldados
los detuvo allí, pues en ese lugar no había guerra.
La gente muy cansada se acomodó en donde pudo, y al otro día
los hombres comenzaron a cortar árboles con sus machetes para hacer chozas en
donde albergar a sus familias y así formaron un campo de refugiados.
Aquí en este pueblito improvisado donde MUHABURA Felicien tenía que vivir ahora, no había alegría.
Los niños no tenían escuela ni lugares para jugar. La gente estaba amontonada en esas chocitas y no había lugares en donde ir al baño ni de donde sacar agua.
Todo estaba muy sucio y había mucho olor y muchas personas se enfermaron por ésto.
Pero un día, de repente, tal como había empezado, la guerra terminó.
MUHABURA Felicien percibió en los mayores un sentimiento de alegría y su madre le explicó que muy pronto podrían volver a su casa, y tal vez allí lo encontrarían a su padre que había tenido que irse a la guerra junto con los soldados.
En pocos días más empezaron a llegar al campo de refugiados
unos soldados con boina azul, en camionetas y camiones pintados de blanco.
Qué alboroto que se armó ¡Ellos venían para llevar a la
gente de vuelta a sus casa y todo el mundo los aguardaba contentos!.
Estos soldados de boina azul, eran de las Naciones Unidas y
eran de todas partes del mundo, y de todas las razas.
El hermanito de MUHABURA Felicien quedó muy impresionado
porque por primera vez vio algo muy extraño para él: una persona de piel
blanca.
En gran parte de África llaman a la gente blanca «Msungos».
MUHABURA Felicien le trató de explicar a su hermanito que no
tuviera miedo, que el Msungo era un hombre como cualquier otro, sólo que de
otra raza.
El soldado al ver que el chiquito estaba asustado, lo
saludó.
MUHABURA Felicien contestó enseguida, por él y por su
hermano.
El soldado siguió caminando y MUHABURA Felicien lo acompañó, entonces el soldado le preguntó cómo se llamaba.
-MUHABURA Felicien...Contestó enseguida, y a la vez le
preguntó al soldado cómo se llamaba él.
El soldado le respondió y le dijo que era de Uruguay.
MUHABURA Felicien siguió caminando a su lado y pensando. Como una computadora su cabecita recordaba el mapa que la maestra
le enseñara en la escuela... Pensó y ¡se acordó! -Uruguay, Montevideo, le dijo al soldado.
El soldado se asombró, pues no era normal que en lugares tan
lejanos, la gente conociera nuestro país, y más se asombró porque se trataba de
un niño.
Entonces se detuvo, se agachó y lo miró bien: -¿Conoces la
capital de Uruguay? le dijo.
El soldado sonrió con pena, ese pobre niño en medio de la
miseria de la guerra y la pobreza de su país, había tenido la voluntad de
estudiar...
No sabía qué hacer para ayudarlo, lo único que tenía era un paquete
de galletitas y se lo regaló...
Con preocupación le pidió por favor que apenas
pudiera continuara estudiando y se hiciera un hombre de provecho.
El niño le aseguró que lo haría y se fue corriendo, muy
feliz con el regalo, entonces el Soldado suspiró contento, pues supo que su trabajo,
a pesar de ser difícil, no era en vano pues mientras hubiera niños como éste,
habría esperanzas para ese país y para la humanidad.
Autor: Waldemar Fontes
Publicado originalmente en la Revista El Soldado Nº 145 de Diciembre de 1996
También está publicado en el libro "El pájaro de los hermosos colores" del mismo autor.
wafo
1 comentario:
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