Historias de Marosa, la foca curiosa
por Waldemar Fontes
Como cada año en el mes de diciembre, la pingüinera de la isla Ardley estaba plena de actividad.
Desde que comenzaron a hacerse largos los días, las parejas de pingüinos habían comenzado a llegar y buscaban un lugar donde hacer su nido. Habitualmente hacen sus nidos en el mismo lugar cada año, pero como a veces algunos llegan más temprano o también porque se han formado parejas nuevas, el que llegó tarde pierde y debe buscar otro lugar.
-Así es la vida de pingüinos… explicó Borravino, mientras seguía contando. –Los pingüinos se habían ido cuando el invierno y la oscuridad se apoderaron de la Antártida y pasaron todo el año nadando por ahí o paseando sobre los témpanos que los llevaron a navegar lejos, pero cuando vuelve la época de aparearse, sienten el llamado de la naturaleza y desde todos lados, regresan a su pingüinera.
-¿Cómo encuentran de nuevo su lugar?, preguntó Marosa
-Es fácil, tenemos un instinto que nos guía… dijo Borravino, como si eso fuera algo que todo el mundo debería comprender.
Marosa lo quedó mirando y el pingüino siguió: -Los pingüinos comienzan a nadar en dirección a su pingüinera y se van encontrando con otros que son conocidos y así, entre todos, buscan el lugar por las marcas que ellos mismo dejaron abajo del agua. Desde muchos años antes, los padres y abuelos y sus antecesores fueron removiendo las algas, plantas y cualquier obstáculo que pudiera molestar para desembocar rápidamente sobre la costa, formando un camino seguro que solo ellos conocen y así saben que han llegado de nuevo a su hogar.
-¡Ah! Tenían un secreto entonces…
-Claro, pero no se lo cuentes a las focas leopardo ni a las orcas, porque sino, nos esperarán en el camino y se hartarán de comer pingüinos regresando a casa.
Los amigos se rieron, sabiendo que el secreto estaba seguro entre ellos, pero un chillido los asustó. Era Pipín el gaviotín, que desde el arrecife donde se posaba para lanzarse al mar en busca de kril, los había visto conversando y no quiso perderse la charla.
-¿De qué hablaban? Dijo a modo de saludo
-De la vida en las pingüineras, contestó Marosa, que quería seguir escuchando acerca de cómo vivían los pingüinos.
-¡Yo también quiero saber! Dijo Pipín, -Borravino, ¡cuéntanos!
El pingüino Borravino se sintió muy importante y no se hizo rogar. Así que siguió: -Como les decía, los pingüinos llegan cada año al mismo lugar y entonces buscan a su pareja, que es siempre la misma y cuando se encuentran se ponen muy contentos y enseguida se van por ahí a buscar el lugar del nido del año anterior o sino, a buscar un lugar nuevo, porque muy pronto la hembra pondrá huevos y necesitan un lugar donde incubarlos.
-Cuando encuentran el lugar, el macho acomoda las piedritas y deja el nido acogedor y listo para los huevos. Dijo Borravino
-¿Y qué pasa si a la hembra no le gusta el nido?, preguntó Pipín.
-El nido tiene que quedar bien prolijito, sino la hembra lo reta al varón y lo manda a buscar más piedras y se las hace acomodar hasta que quedan como un nido decente debe estar…
Marosa se sonrió, mientras pensaba: las “pingüinas” son muy listas, las focas deberíamos aprender de ellas…
Pipín, por su lado, se burlaba y criticaba a las “pingüinas”, diciendo que eran muy exigentes, pero Borravino lo cortó al preguntarle -¿Y cómo es con las “gaviotinas”?
Parece que con las “gaviotinas” ocurría algo similar, porque Pipín se hizo el distraído y siguió revoloteando.
-Para los primeros días de diciembre, ya comienzan a nacer los pichones, siguió Borravino, -En cada nido se ponen dos huevos que se empollan por unos 35 días. Mientras se empollan los huevos y cuando nacen los polluelos, los padres se turnan en el cuidado del nido y mientras uno se alimenta, el otro cuida las crías.
-La vida es muy activa en la pingüinera. Nunca se dejan de hacer cosas, porque apenas los pichones empiezan a caminar, los padres les enseñan a acercarse a la costa, mostrándoles el camino secreto que sus ancestros han construido bajo el agua. Los padres esperan ansiosos a que los pichones tengan su plumaje completo, porque solo así podrán lanzarse al mar a buscar comida por sí mismos…
Marosa escuchaba con gran atención, la historia de Borravino, pero Pipín, que nunca estaba mucho tiempo quieto, se había puesto nervioso y levantando vuelo, se despidió volando de nuevo a su nido.
Marosa buscó a Borravino para que le siguiera contando, pero éste ya se iba también. -¿Qué pasa Borravino? ¿A dónde vas?, preguntó la foca.
Y Borravino, le contestó, mientras se metía al mar, -Me tengo que ir, ¡Es mi turno de cuidar los pichones! Si no llego en hora, Borravina, me mata…
La foca, se rió. Comprendía muy bien la preocupación del pingüino. Sabía que no se iba solo porque su esposa lo fuera a rezongar, sino que Borravino era súper responsable., como todos los animales, cuando tienen pichones esperando por ellos…
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